miércoles, 16 de junio de 2010

Restos romanos en Hispania



fotos de Anibal Y Virato



Anibal























Viriato











mito de Icaro


En la mitologia griega, Ícaro es hijo del arquitecto Dedalo, constructor del laberinto de Creta, y de una esclava. Fue encarcelado junto a él en una torre de Creta por el rey de la isla, Minos.

Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros, y no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado que Minos, el rey, controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro, su hijo, observaba a su padre y a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado, y tomando cera la trabajaba con su dedos, entorpeciendo con sus juegos la labor de su padre. Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.

Pasaron Samaos, Delos y Lebintos, y entonces el muchacho comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraiso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria. Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del rey Cocalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.

Octavio Augusto

Nacido bajo el nombre de Cayo Octavio Turino, fue adptado por su tio abuelo Julio Cesar en su testamento, en el año 44 a. C. Desde ese instante hasta 27 a. C. pasó a llamarse Cayo Julio César Octaviano. En 27 a. C . el senado lo condecoró con la denominacion honorifica «Augusto», y por consiguiente se convirtió en Cayo Julio César Augusto. A causa de los varios nombres que ostentó, es común llamarlo «Octavio» al referirse a los sucesos acontecidos entre 63 y 44 a. C., «Octaviano» de 44 hasta 27 a. C. y «Augusto» después de 27 a. C.












Imperio Romano en Epoca de Octavio Augusto










Asterix


Yo he jugado al juego La copa de Campeones me ha parecido un juego entretenido.
Les recomiendo a mi compañeros La sopa de Letras, El juego de las parejas y La pesadilla de Asuracenturix porque son los que mas me han gustado.

martes, 9 de marzo de 2010

el mito de faeton


En tiempos lejanos el Universo era un inmenso globo de cristal purísimo. En su materia transparente estaban incrustadas las estrellas. En el centro de esta esfera se hallaba la Tierra. En sus corrientes de agua cristalina, que corrían por valles claros, vivían los dioses. Éstos habitaban en palacios de mármol y cuidaban del orden y del concierto de todos los fenómenos por orden de Zeus, supremo Rey de la Creación.Febo, dios del sol, estaba encargado de dar luz y calor a la Tierra. Sobre su carro esplendente - tirado por caballos indómitos que sólo obedecían a su auriga- recorría diariamente la amplia ruta del espacio. Los rayos ardientes del carro pasaban a una justa distancia de la superficie de la tierra. El curso era regular, de oriente a occidente, y la luz y el calor, nunca excesivos, maduraban las mieses y hacían felices a los hombres. Entre éstos vivía entonces Faetón, gallardo hijo de Febo y su esposa Climena, cuyo corazón rebosaba de orgullo cuando veía pasar en lo alto el espléndido carro de su padre. Éste no podía detenerse nunca para hacer una caricia a su hijo; ni siquiera una mirada podía dirigirle, ocupado siempre en conducir sus indómitos corceles.Faetón no se consolaba de esta falta de consideración de su padre. En más de una ocasión fue ridiculizado por los hombres, quienes sospechaban que la paternidad de Febo era pura fábula y mentira. Para demostrar al mundo que él era, efectivamente, hijo del dios del sol, el joven se presentó a éste, en su morada celestial.Febo recibió a su hijo en su sala esplendente, sentado en su trono de luz, acompañado de las cuatro Estaciones y circundado por las veinticuatro doncellas de las Horas.-¿Qué ocurre, hijo?- preguntó el dios a Faetón- ¿Qué pena te apesadumbra? ¿Qué te falta allá, sobre la Tierra?-Padre mío: tu indiferencia hacia mí cuando pasas, guiando tus corceles por la ruta del cielo, hace pensar a los hombres que no es cierto que soy hijo tuyo. Necesito demostrarles que están en un error. A decir verdad, yo mismo dudo a veces de que seas realmente mi padre.-¡No lo dudes, Faetón! Tú eres hijo mío, te lo aseguro. Para darte una prueba de ello, prometo concederte el don que me pidas.-¿Cualquiera que sea mi deseo?- Cualquier deseo tuyo será satisfecho, hijo mío; habla.- Pues bien, quiero ver lo que ningún ojo humano ha visto hasta ahora: la esfera de cristal del Universo desde la ruta que recorres diariamente en la bóveda del cielo. Quiero subir sobre tu carro de luz y guiar un día entero tus veloces caballos.Al oír tales palabras, Febo se arrepintió de haber prometido que iba a acceder a cualquier petición de su hijo. No podía permitir que éste corriera el riesgo de una catástrofe, provocando un desastre irreparable.-Hijo mío- exclamó el dios en tono persuasivo-: no tienes idea de lo que significa regir esos corceles para que no se aparten de la ruta fijada. Son caballos indómitos, que sólo la mano de un dios puede sujetar.Faetón meneó la cabeza. Quería significar que ninguna razón podía apartarlo de su propósito. Debía concedérsele lo prometido.-¿No comprendes, hijo, que un solo momento de descuido, un instante de debilidad, hará que el carro se desvíe de la ruta? Un pequeño alejamiento de la Tierra provocaría la muerte de todos los seres vivos por falta de calor; una pequeña aproximación secaría los arroyos, los ríos, los mares y todas las fuentes que dan vida a las plantas, a los animales y a los hombres.Ni los argumentos ni el tono doliente y persuasivo de Febo conmovieron al terco joven.-Quiero demostrar a los hombres que soy digno hijo del dios del sol. Estoy seguro de que guiaré con firmeza tus caballos.Agotados todos los argumentos, Febo recurrió a los ruegos y súplicas; pero Faetón mantuvo firmemente su decisión. La promesa debía ser cumplida.A la hora señalada por Zeus desde los tiempos más remotos, el carro del sol estaba listo para emprender la diaria carrera por el firmamento. En el momento en que el joven empuñó las riendas, Febo, temeroso de lo que pudiera hacer su hijo, le hizo las últimas recomendaciones.-Espero que Zeus te dé fuerzas para mantener sujetos a los caballos durante la jornada entera. No descuides ni un instante las riendas. No te distraigas y, sobre todo, no trates de mirar hacia abajo.Faetón ardía de impaciencia. Con las riendas en su puño firme, esperaba el minuto preciso del comienzo de la carrera. Estaba seguro de que el éxito coronaría felizmente su audaz empresa, logrando así la consideración y el respeto que le negaban los hombres.Al comienzo, la carrera se desarrolló normalmente. Parecía que los caballos no habían advertido el cambio de auriga. El carro refulgente horadaba las sombras, y los caballos seguían la ruta acostumbrada."Ahora se despiertan los pájaros en sus nidos. A mi paso me saludan las aves con sus cantos. Todos los elementos de la tierra elevan hacia mí himnos de gracia. Ellos no saben, ni pueden imaginarse, que no es Febo el que guía hoy el carro del sol".Así iba pensando Faetón mientras los corceles, regidos por las riendas tensas, seguían por la ruta del cielo. El joven se imaginaba el espectáculo que a su paso se desarrollaba sobre la Tierra, cintas de ríos y arroyos centelleantes, brillo de olas marinas, verde de praderas inmensas, juego de nubes y trabajo fecundo de hombres laboriosos. ¡Qué hermoso debía ser ese espectáculo visto desde las alturas! Y en un momento de debilidad, en un instante de olvido de las recomendaciones paternas, el inexperto auriga dirigió la mirada hacia abajo. Fue un momento, más breve que el zigzaguear de un relámpago. Una de las riendas quedó floja; uno de los corceles lo advirtió y se separó lateralmente; los otros fueron atraídos por el primero, y el carro se desvió de la ruta.Faetón quiso enderezar el curso para tomar el rumbo cierto, pero sus brazos no tuvieron fuerza suficiente para ello. Los corceles siguieron apartándose, indóciles al puño que los regía.Cuando el carro del sol se acercó a la Tierra, vastas regiones ardieron de súbito. Campos y ciudades fueron presa de las llamas, y en poco tiempo, cultivos, arboledas, aldeas y urbes se transformaron en ceniza. Grandes humaredas se elevaron al cielo, y Faetón se desesperaba al comprobar la inutilidad de sus esfuerzos. Aferrado a las riendas, veía con espanto que los caballos se alejaban ahora de la tierra. Un frío intenso sembró la muerte sobre vastas regiones. Ni plantas ni animales sobrevivieron en ellas. Los hombres corrían despavoridos en busca de los rayos del sol, pero éstos eran tan débiles por su lejanía, que el calor era insuficiente para mantener la vida.Cuando Zeus, advertido del curso irregular del carro del sol, vio desde su trono que era una mano inexperta la que empuñaba las riendas, tomó uno de sus rayos y lo lanzó al espacio.El rayo golpeó en pleno pecho al audaz auriga, y éste soltó las riendas y se precipitó en el vacío. El carro del sol se detuvo un momento, y Febo volvió a ocupar su puesto. Todo volvió a su quicio, la vida de la Tierra retomó su curso normal, y el desastre ocurrido asumió el carácter de un incidente pasajero. Pero en el país de Faetón persistió el recuerdo de su audaz empresa.

juegos infantiles en la antigua roma

RAYUELA:
Este juego tuvo su origen en el Imperio romano, concretamente dentro del ejército. Los soldados lo practicaban con la armadura puesta para mejorar su habilidad en el campo de batalla.














LAS DAMAS: Este tipo de juegos de mesa era practicado por lo niños cuando se adentraban en el mundo adulto y dejaban de lado los juegos de grupo y destreza física.









LAS TABAS:
El juego consiste en lanzar al mismo tiempo la pita a lo alto y dejar caer las tabas, recogiendo la pita antes de que cayese al suelo. A continuación se volvía a lanzar la pita al tiempo que se intentaba mover las tabas de manera que quedara arriba el lado que se quería, todo ello muy rápido para recoger la bola antes de que tocara el suelo. En una segunda tirada se recogían las tabas que estaban del lado correspondiente y se intentaba volver los huesos que no mostraban el lado correcto. Esta operación se repetía por cada uno de los cuatro lados de la taba. Si la pita caía al suelo, la niña perdía la jugada y comenzaba a jugar otra. El juego terminaba cuando una de las participantes realizaba todas las jugadas.